Las obras cuyo plazo de ejecución fueron de cinco meses contaron con un presupuesto de 215.000 euros del Gobierno de Navarra.
La consejera de Cultura y Deporte, Rebeca Esnaola, visitó el mes pasado la finalización de las obras de restauración de la Torraza de Valtierra. Al acto han asistido también el alcalde de Valtierra, Manuel Resa; representantes de dicha corporación; así como técnicos de la sección de Patrimonio Arquitectónico del Gobierno de Navarra, que han dirigido las obras.
Las obras cuyo plazo de ejecución ha sido de cinco meses han contado con un presupuesto de 215.299,878 €, IVA incluido. Con esta consolidación se culmina un pro-ceso iniciado en 2017 por el Servicio de Patrimonio Histórico de la Dirección General de Cultura – Institución Príncipe de Viana.
Queda adecuar el entorno y mejorar los accesos para la visita pública de este monumento. Con el fin de facilitar futuras actuaciones de adecuación que tiene previsto llevar a cabo el Ayuntamiento, se han realizado derribos de cierres de parcela existentes y movimientos de tierra en torno a la torre. Finalizadas estas labores de acondiciona-miento, el Servicio de Patrimonio Histórico instalará un panel informativo de la Torraza para hacer más comprensible la visita.
Origen militar de época bajomedieval
A la espera de que se realicen los análisis de carbono 14 previstos sobre las muestras de madera recuperadas, los estudios realizados durante las obras parecen confirmar que se trata de una torre de origen militar bajomedieval cuya función pudo ser la de conectar visualmente los castillos de Valtierra y Arguedas, dada la falta de visibilidad entre ambas fortificaciones.
El análisis de sus paramentos ha permitido distinguir al menos tres fases cronológicas. En la fase original (posiblemente entre los siglos XIV y XVI) se construirían los muros de la torre y dos pisos de gran altura. Los pisos estarían formados por tablas sobre rollizos de madera y los desniveles se salvarían mediante sencillas escaleras de madera con una pronunciada inclinación. En la segunda fase, al parecer como consecuencia de un incendio, se llevó a cabo una remodelación del interior de la torre para mejorar sus condiciones de habitabilidad. Los pisos se sustituyeron por tres forjados formados por solivos de sección cuadrada y revoltones de ladrillo. A esta época pertenece el arranque de la escalera de fábrica de planta baja, de la que se conservan los tres primeros peldaños y la huella del tramo que asciende al primer forjado. Estos elementos constructivos permiten datar la remodelación en torno a los siglos XVI y XVII. Finalmente se distingue una tercera fase que marca un declive en su uso, con añadidos exteriores de carácter liviano y la descuidada apertura del hueco de conexión realizada en la planta baja del muro noreste.
Probablemente la falta de uso y de mantenimiento hizo que con el tiempo la torre se fuera deteriorando. Según se muestra en un fotograbado de la publicación Geografía General del País Vasco-Navarro, de Julio Altadill, hacia los años 20 del siglo pasado se produjo el corrimiento del talud sobre el que se asienta la torre e hizo que su muro suroeste se desgajara, poniendo en peligro la estabilidad de todo el conjunto. Al parecer, para garantizar la conservación del resto, tuvieron que acometer su derribo parcial, siendo el resultado la característica imagen incompleta que ha llegado hasta nuestros días. Esta imagen es la que forma parte de la memoria colectiva del pueblo y la que se ha convertido en un símbolo para sus vecinos.
Actuación realizada
Los arquitectos encargados de la restauración desarrollaron a nivel teórico durante la fase de redacción del proyecto diversas propuestas de actuación, con un abanico de opciones que iba desde la consolidación mínima hasta la reconstrucción volumétrica completa, pasando por estadios intermedios. Tal y como se explicó en su momento a los miembros de la corporación del Ayuntamiento y a los vecinos de Valtierra, en sendas charlas expositivas, el análisis evidenció que cuanto mayor era el grado de intervención, mayor era el cambio de imagen, y mayor, por lo tanto, el desapego o rechazo que pudieran sentir los vecinos de Valtierra por la actuación, al no reconocer en el monumento restaurado a “su Torraza”. El otro factor determinante a la hora de definir la actuación ha sido la dificultad de intervenir en la tapia de tierra. Actualmente no existen en el mercado técnicas capaces de garantizar a largo plazo la adherencia entre el so-porte de tierra existente y la nueva materia que se quisiera añadir para reintegrar o completar las tapiadas erosionadas. Tampoco existen productos consolidantes –eficaces y suficientemente testados sobre tierra- capaces de consolidar y proteger las superficies que actualmente están expuestas a los agentes atmosféricos.
Por estas razones, dentro del abanico de intervenciones contempladas, se ha optado por una actuación que busca el equilibrio entre el grado de consolidación que se pretende alcanzar y el respeto a las huellas de la historia, a la materialidad y a la característica imagen actual. La Torraza ya no se entiende como arquitectura funcional que haya que rehabilitar sino como unos restos arqueológicos que deben ponerse en valor y conservar de la mejor manera posible, alterándolos lo mínimo para lograr un nivel de protección aceptable capaz de frenar su inexorable deterioro. Para ello, las actuaciones se han centrado en los soportes materiales que ofrecen mayor garantía de adherencia y durabilidad.
Las obras han conservado la silueta de coronación de la Torraza
Las obras se iniciaron el pasado mes de julio con la consolidación del talud y la reconstrucción de la cimentación con el fin de evitar futuros corrimientos del terreno. El muro de cimentación se ha recrecido hasta la cota de planta baja y se ha rematado con una barandilla de protección. Para facilitar el acceso al interior se han dispuesto unas gradas de piedra en el lugar en el que se conserva la huella de la puerta original y un suelo terroso y filtrante, de manera que los visitantes puedan apreciar las dimensiones que tuvo originariamente la torre y contemplar en condiciones seguras las huellas de forja-dos y escaleras que se conservan en sus paramentos interiores. Con el fin de mejorar la estabilidad del conjunto y su legibilidad arquitectónica se han recuperado las aristas de la torre que aún se conservaban, reconstruyéndolas con mampostería de yeso y argamasa de las mismas características que la existente. A su vez, se han llevado a cabo trabajos de consolidación, sellando las grietas de las tapiadas y las microfisuras de la costra que aún se conserva. Las superficies de mampostería se han revestido con una nueva costra de similares características a la existente.
Aunque en el proyecto estaba previsto colocar en la coronación un elemento de protección frente al agua de lluvia con un sistema anticigüeñas, durante el proceso de obra los técnicos valoraron que su ejecución resultaría agresiva y contraproducente, tanto por su afección visual como por la inevitable destrucción de elementos conservados que hubiera requerido. Por ello, se ha optado por no colocar dicho elemento, por proteger las esquinas de mampostería encofrada con mortero de cal y por consolidar la tierra con agua de cal. Tampoco se ha considerado necesaria la colocación del sistema anticigüeñas, ya que el grado de estabilidad estructural alcanzado mediante la reconstrucción de las esquinas y la consolidación del conjunto permite asumir la sobrecarga que puedan suponer los nidos de cigüeña. Esta actuación ha permitido conservar la característica silueta de coronación de la Torraza.
Características de la torre
La Torraza está declarada Bien de Interés Cultural en aplicación del Decreto de 1949 que de forma generalizada protegió todos los castillos de España. Sin embargo, más allá del valor que pueda tener la Torraza como elemento militar, la singularidad de sus restos radica en la técnica constructiva empleada, ya que es la única torre de época medieval construida con tapial que se conserva en toda Navarra. Otra singularidad es que se trata de tapia de yeso y no de cal. La arquitectura militar y popular de tapia es habitual y abundante en numerosas regiones de España, sin embargo, la gran mayoría son de cal. Únicamente en zonas yesíferas –como es el caso de Valtierra- se optó por este material, cuyo comportamiento ante el agua es considerablemente peor que el de la cal, por su solubilidad.
La torre tuvo en origen una planta cuadrada de aproximadamente 7,7m de lado, de los que únicamente se conservan el muro noreste y parcialmente los muros noroeste y sureste. En su parte baja tiene un basamento de sillería de 1,8m de altura que asienta sobre una cimentación de mampostería de aproximadamente 90cm de potencia, construidos ambos con piedra de yeso alabastrino. Sobre el basamento se distingue un tramo intermedio de aproximadamente 2m de altura construido con dos tapiadas de mampostería de yeso encofrada. El resto de la torre está construido con tapia de tierra reforzada en las esquinas con rafas de mampostería de yeso encofrada.
Aunque se desconoce la altura que pudo tener originariamente la torre y cómo pudo ser su coronación, actualmente se conservan en el muro noreste 10 tapiadas de tierra de en torno a 1m de altura cada una, separadas por una delgada junta de unos 5cm de yeso cuya función era reforzar el muro. Los muros de tapia se construían con encofra-dos de tabla de madera denominados tapial – de ahí su nombre – fijados mediante elementos de madera llamados agujas que, en ocasiones, quedaban embebidos en el muro. Actualmente aún se distinguen algunas de estas agujas o los huecos dejados por ellas. En el caso de las tapias de tierra, la tierra se iba vertiendo poco a poco en tonga-das de unos 10cm de espesor y se iba compactando manualmente con un pisón. En el caso de la mampostería encofrada, se vertían mampuestos y argamasa y el endurecimiento de la tapia se producía por el propio fraguado de la argamasa.
En la Torraza se combinan y se complementan estos dos tipos de tapia. Además, para mejorar la durabilidad y la resistencia de los muros era habitual aplicar en cada tongada una capa de yeso de unos pocos centímetros de espesor en el intradós de las tablas de encofrado con el objetivo de que, al apisonar, se generara un revestimiento o costra dura, continua y bien trabada con la tierra o los mampuestos. El resultado es lo que se conoce como tapia calicostrada. Aunque en Valtierra se ha perdido en la mayor parte de las superficies, aún se conservan restos de costra que indican que los muros estuvieron totalmente calicostrados, siendo su aspecto original muy distinto al actual.
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